Viene a verme al trabajo. Es lunes. Me dice que se ha acordado de cuando representó aquí Maribel y la extraña familia. Yo también he pensado en aquello, le digo, recuerdo que al acabar la obra me pareció estar en uno de esos momentos que son decisivos en la vida y pensé: «nunca será mía». Al final, claro, ni momento decisivo ni nada, que fuiste mía, pero entonces me parecía imposible. Eso fue hace diez años, qué rápido pasa el tiempo. Nosotros, que íbamos a estar siempre juntos, pero esto último no lo digo, pues me echaría en cara que me encanta citarme, que es de un poema que escribí hace mucho.
Luego me vuelve a decir que le parece fatal que no quiera publicar Pasos de baile, pero que no importa, que ella lo hará cuando me haya muerto. Veo que das por hecho que moriré antes que tú, contesto yo, y ella se ríe. Después me recrimina una vez más que le dedique libros a otra «por un par de polvos». Sé que intenta provocarme, así que sólo contesto que fueron unos cuantos más. Podría explicarle esto y aquello, lo otro y lo demás, pero es mejor así. Para compensar, acabo contándole peripecias con otras. Todo es muy civilizado entre nosotros ahora, aunque la tensión sexual es evidente. Es raro, pero me doy cuenta de que le sigo gustando a estas alturas de la vida. Tendría que follármela sobre esta tarima de madera mientras en la sala de cine veinte personas ven una película alemana.
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