A veces sueño que he muerto.
Y es el mío un funeral de los que hacen época, si es posible hablar en estos términos de actos tan luctuosos. En un cementerio de tipo anglosajón, nada de cementerios españoles, nada de nichos, ¿qué es eso de archivar a los muertos? No, una extensión de hierba verde que crece sana y fuerte gracias al abono que proporcionan los cuerpos putrefactos enterrados.
Y en el funeral está Alba, que hace muy bien el papel de mi viuda aunque no lo sea. De negro, con gafas oscuras, muy guapa y elegante, con su pamela negra, vestida igual que aquella vez que fue a una manifestación temática contra la LOU, una manifestación que escenificaba la muerte de la educación. Con su bebé en brazos, que algunos de los asistentes piensan equivocadamente que es también mío. Al príncipe de los enanos no le dejan entrar, que bastante triunfo ya es sobrevivirme, y se queda esperando en el coche, fumando cigarrillo tras cigarrillo.
Artevic lee un panegírico sobre mí, a la manera de los funerales yanquis, aunque el luto no le favorece, pues le da aspecto de cura. De hecho, con ese aire sacerdotal se parece a Melendo, nuestro profesor de Metafísica, de aquellos años en los que lo único que aprendimos fue que "el ente en cuanto que ente resulta objeto de la metafísica".
Patricia, la mujer de Dani, también acude a mi funeral, pero para estrenar su pamela negra (fue compañera de Alba, así que es lógico preguntarse si las chicas de Comunicación Audiovisual forman parte de una logia masónica que lleva pamelas de ese color). Ya lo dijo en aquel local mugriento en el que cenamos todos una vez: "se tiene que morir alguien, que quiero estrenar mi pamela".
También está Babeth, a la que le sienta muy bien el negro. Por esas cosas que tiene el azar, se sienta al lado de Alba y ésta, que no la conoce, le pregunta:
-¿Y tú quién eres?
-Soy Babeth.
-Ah, la francesa.
-Supongo que sí, pero en realidad la francesa es mi madre; yo nací en Valencia.
-Entiendo. Así que te acostaste con él, ¿no?
-Eh, sí, unas cuantas veces.
-Ya. La tenía grande, ¿verdad?
-Pues... la tenía normal, ¿no? Un pene de tamaño medio.
-Vaya, lo estaré confundiendo con otro ex novio. Pero la tenía muy suave, de eso sí me acuerdo bien.
-Es verdad, yo también se lo dije.
Por si no fuera bastante grave hablar de los genitales del difunto, pasan enseguida a comentar su egolatría: que quién se creía que era, que por qué repetía tanto aquello de ser el poeta más grande de su generación, si ese comentario había dejado de tener gracia casi desde el principio y además los últimos años de su vida sólo escribía prosa y no demasiada. "Creo que vivía sólo para narrarlo después", dice Babeth. "Nos quería convertir a todos en personajes de ficción", contesta Alba, "seguro que nos imaginaba diálogos".
Después del funeral, para rizar el rizo, Alba y Babeth acaban en la cama y yo, desde el cielo, bendigo esa unión casi incestuosa.
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