lunes, 24 de marzo de 2008

De la felicidad

Uno olvida siempre que ha sido feliz. Al fin y al cabo, ¿de qué sirven las riquezas del pasado frente a las deudas del presente? Imaginemos que me presentara un día en una tienda y pretendiera pagar con el dinero del pasado. “Yo antes tenía dinero, piense que le pagué en el pasado con aquel dinero de antaño”. El dependiente, si tuviera buen tino, me respondería: “piense que le vendí algo en el pasado, ahora salga de mi tienda”. Me parece recordar que Woody Allen decía algo parecido, que la salud no es mejor que el dinero, que es una tontería ir al carnicero y decirle: “mire qué buena salud tengo, deme un par de filetes”.
La felicidad pasada carece de utilidad. “No estés triste, fuiste feliz hace treinta años” no funciona como consuelo. La felicidad ha de ser permanente, como decía Trotsky de la revolución. Una fiesta continua, con coristas, fanfarrias y fuegos artificiales. Pero siempre es discontinua, como el ser. Nunca dura lo suficiente. Si hubiera un dios, la felicidad sería como las cucarachas, que nunca escasean. Pero el universo está mal montado.

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