Siempre estaba con otros, siempre me mentía. Y ahí estaba yo cada noche, buscándola de bar en bar. Alguna vez la encontraba y conseguía que volviera a casa conmigo, mirándome con desprecio durante el trayecto. Otras veces regresaba solo y derrotado y tenía que esperar a que apareciera por la mañana y, desafiante, me preguntara si quería saber dónde había estado. Yo me limitaba a mirarla en silencio y recordaba aquello que decía Bukowski en alguna novela: "Yo no dejaba de repetirme que ninguna mujer del mundo era una puta, sólo la mía". Pero las referencias literarias no ayudaban mucho.
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