Jozef Kolja, escritor checo, luchó contra el totalitarismo estalinista con una sonrisa. Era su forma de rebelarse, de practicar la resistencia pacífica. Cuanto más deprimente era la realidad de su país, más alegres eran sus novelas. Esto le llevó a tener problemas con la censura, especialmente cuando intentó publicar Mi tocayo Stalin es un señor con bigote. Los censores consideraron que frases como "Nos pueden quitar los dientes, pero no la sonrisa" o "En mi opinión" podían incitar a la perturbación del orden público. Kolja, que era muy dado a las citas, se negó a cambiar ni una sola coma alegando que quién era él para mutilar un clásico. Puesto que leer a Oscar Wilde era también ilegal, lo condenaron a diez años de cárcel. En Días de alegría relata su estancia en la cárcel, con pasajes como "¡Qué felicidad, nada como una buena paliza para combatir el insomnio!".
Al salir de la cárcel, dado que no podía volver a su puesto de profesor de la Universidad de Praga, comenzó a dar clases ambulantes de filosofía a cambio de limosna. El hambre le empujó a escribir la obra de teatro El totalitarismo es un humanismo, que escenificó en plazas y callejuelas con indigentes. El éxito de tan audaz propuesta preocupó al gobierno, pues existía un vacío legal al respecto, situación que solventaron encarcelando de nuevo a Kolja, esta vez por impago de impuestos (en el juicio se desestimó, por poco relevante, que estuviera viviendo en la calle y careciera de ingresos).
De nuevo, Jozef Kolja tuvo que enfrentarse a la dura vida en prisión. Pero no permitió que acabaran con su espíritu: reía y reía cada vez que le torturaban. Escribió Verdes son los campos de la cárcel en las paredes de su celda, pues se negaban a darle papel en un vano intento de quebrantar su ánimo siempre risueño, libre, y, por qué no decirlo, un tanto masoquista.
En Europa Occidental, concretamente en un pueblo de Lombardía, se organizó una campaña exigiendo la inmediata liberación de Kolja, pero el gobierno checoslovaco, habiéndolo catalogado como "subversivo optimista", se negó a considerarlo siquiera.
Pasaron los años, muchos, y por fin llegó la democracia. Jozef Kolja, que seguía en la cárcel siendo feliz a su manera, fue finalmente liberado. Era un hombre libre y podía volver a dar clases en la Universidad. Todo el país estaba lleno de esperanza. Enseguida, Kolja empezó a escribir novelas angustiosas. Era su manera de seguir siendo un rebelde.
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