Necesitaba un motivo para no suicidarme esa noche, pero no lo encontraba. Me asomé por la ventana: en la calle no había nadie y las estrellas no me decían nada (habría sido síntoma de esquizofrenia que lo hubieran hecho). En la televisión sólo había teletienda, y lo que necesitaba, como ya he dicho, eran motivos para no suicidarme, no motivos para hacerlo. Traté de recuperar algún buen recuerdo, pero entonces descubrí que mi vida no había sido tan divertida como me gustaba creer. Aquello se ponía peor. Me tomé un vaso de agua, por aferrarme a la vida sana y ver si así se me pasaba. Nada, seguía angustiado y deseando saltar por la ventana y bucear en la acera. Me abofeteé en las mejillas, como una dama del XIX. Bien, más dolor, muy inteligente por mi parte. Empecé a hacer flexiones, por aquello de liberar endorfinas, pero mi lamentable forma física no me permitió hacer más de tres, lo que era humillante (y poco alegre). Por suerte, tanto esfuerzo hizo que me desmayara y a la mañana siguiente, cuando desperté, mi ánimo era otro.
En cuanto se hizo de noche, repetí todo el proceso.
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