Sí, me digo, es ella, lo anoto en el cuaderno y vuelvo a levantar la vista para admirarla durante segundos eternos. Pero enseguida otra capta mi atención y me digo: me equivocaba, ahora sí es ella. O tal vez no, quizás es aquella que está sentada en ese banco y cruza sensualmente las piernas. O esa morena de ahí que se toca el pelo como invitándote a abordarla. O la otra. O esas hermanas gemelas.
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