Qué rara es la gente. Unas veces te saludan afectuosamente como si fueras a invertir en su país y otras hacen como que no te ven para no tener ni que saludarte, como si de pronto hubieran promulgado unas leyes de Nuremberg a tal efecto. Ah, cómo me gustaría ser encantador y merecer saludos siempre. Bueno, pertenecer a la mafia también ayudaría.
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