(Publicado originalmente en El Otro Diario)
El señor Martínez estaba cansado de su vida, él siempre había querido tener una vida aventurera e interesante. Este deseo se debía a que cuando era pequeño se escapaba de la escuela para ir al cine y dejar volar la imaginación con películas maravillosas que le hicieron creer que de mayor su vida sería exactamente así: como una película. Con los años llegó el descubrimiento de que no existía una aventura tras cada esquina, ni un amor extraordinario en cada mujer, ni misterios que resolver y peligros que afrontar, sólo facturas, telebasura, un trabajo gris en una oficina gris y tardes aburridas en familia. Sin embargo, muchas veces en el metro el señor Martínez fantaseaba con abandonarlo todo y empezar una nueva vida en un país exótico, pero cuando llegaba a su parada le daba miedo lo que podría provocar su espantada y se encaminaba a su trabajo, donde un jefe gruñón y nada atractivo desde un punto de vista cinematográfico le humillaba delante de sus compañeros, los cuales, por otra parte, tampoco le profesaban excesiva admiración.
Su casa, que debía haber sido su refugio, era una versión alternativa de su trabajo, en donde su mujer hacía el papel de su jefe en las pocas ocasiones en que dejaba de dirigir su atención a la tele y los programas de cotilleo. Sus hijos no le respetaban y sólo tenían interés en entablar conversación con él cuando necesitaban que les financiara algún nuevo capricho.
Un día, el señor Martínez encontró la solución a sus problemas, solución que ofrecía el mismo cine que tanto le había hecho soñar. Buscó en Páginas Amarillas una agencia de actores y contrató a un actor para que se hiciera pasar por él. Al principio el actor pensó que era una idea descabellada, pero necesitaba el dinero y hacía meses que no le llamaban para ningún trabajo. El último había sido en un anuncio de cafeteras, suplantar a un oficinista no parecía tan malo.
Así, tras ser instruido por el señor Martínez en lo referente a su vida, el actor ocupó su puesto en la sociedad, consiguiendo engañar a mujer, hijos, y compañeros de trabajo. No fue difícil, ya que el señor Martínez siempre había sido alguien que pasaba desapercibido incluso para su propia familia y además el actor seguía fielmente el método Stanislavski.
Con todo atado y bien atado, el señor Martínez se fue con los ahorros de toda una vida a la India con el propósito de vivir todas las aventuras que la realidad le había negado. Con el tiempo, el actor prosperó en la empresa, llegando a convertirse en el ojito derecho del jefe, y solucionó los graves problemas de comunicación que existían entre su esposa falsa y sus hijos falsos, que comprendieron que padre no hay más que uno, aunque sea un señor que está interpretando un papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario