(Publicado originalmente en El Otro Diario)
Ya está, ya terminó, finalmente la gala de los Goya repartió ilusión entre todos los componentes del cine español que participaron en Mar Adentro. La gran triunfadora de la noche se llevó todos los premios a los que optaba, menos uno que fue vilmente usurpado por una película que este cronista no recuerda ni quiere recordar. Y ni falta que hace. Tal avalancha de premios es lógica si nos atenemos a la evidente calidad del film y, no menos importante, a las manifestaciones de la Academia en pos de espectadores, dinero y subvenciones (que es dinero para contrarrestar la escasa afluencia de espectadores, perdonen la redundancia). Por lo cual, era coherente premiar a la película española más taquillera del año. Porque hace tiempo que nos quedamos con el cine como industria. ¿O habíamos elegido el cine como arte? ¿El cine como mero sucedáneo de emociones? ¿El cine indescriptible? Si algún lector lo sabe, que nos escriba, que llevamos meses sin actualizar la sección de “cartas al director”. Propuestas de matrimonio de jóvenes herederas o supermodelos de lencería serán bien recibidas.
La gala nos dejó algo claro: la culpa de la crisis del cine español es de cualquiera menos de los propios cineastas. La culpa es del público, que se deja influir por las masivas campañas de marketing de las todopoderosas productoras yanquis. Todo el mundo sabe que el público español no tiene criterio, compra masivamente lo que le dicen e inclusive es profundamente subnormal, yo mismo lo pienso cuando disfruto en la sala de cine con la compañía de jóvenes que se equivocan de película y durante la proyección alaban a voz en grito las cualidades pectorales de la actriz principal (cosa que todo caballero sabe que hay que hacer mentalmente), pero no creo que la mejor manera de atraer espectadores a las salas sea insultándoles. Yo soy el primero en disfrutar de las bondades del masoquismo, pero, créanme, no es una opción mayoritaria.
La culpa, también, es de la piratería, que es mala y posiblemente masona. No sé ustedes, pero yo no poseo absolutamente ninguna película española pirateada. Adquirida legalmente tampoco, pero ése es otro tema. Tampoco se me ha acercado nunca nadie que, susurrando nerviosamente y mirando a derecha e izquierda, me ofreciera las últimas novedades del cine patrio en dvd para evitarme la engorrosa tarea de acercarme al cine, adquirir una entrada a un precio prohibitivo y sentarme junto a mis congéneres durante hora y media (algunos congéneres no se duchan, aunque esté mal decirlo). Eso sí, conozco a mucha gente que tiene todas las novedades del cine yanqui incluso antes de que se estrenen en nuestro país, así que a lo mejor deberíamos repetir todos juntos: la piratería es buena, la piratería es nuestra amiga.
No se equivoquen, no tengo nada en contra del cine español, fuera de bromas. Sólo opino que apelar a razones sentimentales de corte patriota, como “es nuestro cine”, para que el público corra entusiasmado a las salas es perder la batalla de antemano. Igualmente es perder el tiempo llorar y acusar a otros de los males propios. Los problemas del cine español son los de siempre: falta de medios y falta de talento. Lo primero no es preocupante, lo segundo sí. En su momento, Truffaut y Wenders rodaron, respectivamente, “El amor en fuga” y “El cielo sobre Berlín” porque necesitaban financiación para otros proyectos. Sin excusas. Porque el cine es arte, sí, pero también industria y mientras no entendamos esto no vamos a ninguna parte. Empeñarse en intentar convencer al espectador de que acepte la oferta que se le hace pero no molestarse nunca en mejorar dicha oferta es simplemente una locura. Los verdaderos enemigos del cine español, aparte de él mismo, son el sistema de venta por paquetes de las compañías estadounidenses y el elevado precio de las entradas. Contra eso ha de luchar nuestro cine, no contra el público. Mientras tanto, seguimos en el viaje a ninguna parte.
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