La estancia comenzó con la imagen de unos hindúes, o quizá fueran paquistaníes, jugando al pádel junto al tanatorio a la caída de la tarde, una escena muy lynchiana (o así lo parecía cuando uno lo evocaba recorriendo los sinuosos pasillos de aquel edificio de apartamentos). Curiosamente, Lynch moriría sólo dos meses más tarde, como todo estuviera conectado. Luego estuve enfermo y Sonia temió quedarse viuda (extraño acontecimiento que una mujer lamente la posibilidad de perderme, sí que hemos llegado lejos), pero ya saben, amables lectores, lo que se dice de las malas hierbas y blablablá (además, estaría feo dejarles huérfanos a ustedes tres de mis acertadas palabras). Y este ensueño terminó de la forma como acaban estas cosas: al despertar, ya no las recuerda uno bien. Así, el profesor silencioso abandonó la ciudad con la discreción del que ya ha sido olvidado.
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