Me enseña Sonia la foto de una chica que se supone es una mezcla de nosotros dos, el resultado de un programa informático que ha combinado nuestras fotos para obtener el rostro de una hipotética hija en común. De inmediato, me imagino imprimiendo la foto, llevándola en la cartera y enseñándosela a desconocidos de esta manera:
—Esta es mi hija.
—¿Qué edad tiene?
—No, si todavía no ha nacido.
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