Hablemos, como siempre, de un mundo que ya no existe (aunque a menudo divago acerca de los productos de mi imaginación, pero ignoremos eso ahora). Hubo un tiempo en el que la música rock dominaba el planeta y me atrevería a asegurar que eso no lo he soñado. Pero ya no. Pasan los coches junto a la acera en la que los atribulados peatones como yo deambulan en busca de algún destino y por sus ventanillas bajadas (de los coches, se entiende, descartemos peatones biónicos) surgen, atronadores, los aullidos del infierno. Esta opinión, claro, me pone del lado de los viejos. Pero sólo en teoría, analicemos el asunto. Mi padre despreciaba la música que me gustaba a mí, aunque no dejaba de ser una evolución del rock que él escuchaba en su juventud (es más, a mí me gustaban grupos de su época que a él no). Pero hoy en día nadie escucha rock, mucho menos los jóvenes. Ha sido sustituido cuando parecía inmortal, símbolo eterno de la juventud y la lozanía. Where have all the flowers gone, que cantara Pete Seeger, aunque esto fuera folk y no rock, así que no pega del todo.
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