Paseando por un bosque, me encuentro una casa de madera que anda con patas gigantes de pollo. Lo que podría hacer aquí el coronel Sanders, pienso. La cabaña, que se balanceaba levemente, de pronto se sienta y de la puerta sale Baba Yaga.
—Esto de la homosexualidad no es propio de Rusia —me dice la vieja bruja—. Es influencia extranjera. Peor aún: extranjerizante. El país ha de mantenerse fiel a sus costumbres y tradiciones.
—Pero en Rusia siempre ha habido homosexuales, como en todas partes.
—Hum. Vale, puede ser, pero ahora lo muestran abiertamente. Y eso es un insulto. En Rusia respetamos al diferente, siempre que no se comporte como tal.
—¿Y qué pasa con las brujas?
—Las brujas nos escondemos en los bosques, joven, y somos diferentes en la intimidad. Nos atenemos a lo que hay y no tratamos de cambiar nada. Somos fieles a la tradición, a la Madre Rusia. ¿Por qué cambiar las cosas?
—Pero el mundo cambia; también Rusia. Ya no hay esclavos (más o menos), las mujeres pueden votar (en casi todos los países), se ha erradicado la viruela…
—Todas esas cosas son moderneces extranjeras. A mí me gustaría un país inmutable por los siglos de los siglos, anclado en un pasado sosegado y, lo más importante, conocido. ¡Cuesta tanto adaptarse a los cambios! Yo quiero un país antiguo y cómodo.
—Cómodo sólo para algunos.
—Yo quiero un país a mi medida, joven —sentencia la anciana señalándome, amenazadora, con su huesuda mano—, no a la medida de todo el mundo.
1 comentario:
Y bueno, estaría bien poder esablecer las propias tradiciones de uno, y no heredarlas de los ancestros.
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