Elena encontró una vez un agujero en la tapia. Metió un dedo en él y dictaminó que había sido una bala. Jaime, su hermano, aventuró que el soldado había tirado a fallar. Jonás dijo que eso era de traidores y que también fusilaban por algo así. Los otros niños asintieron en silencio.
Un día Jonás vino a la tapia con la escopeta de su padre. Aseguró que esto haría más divertido el juego, que ya estaba cansado de la rama. No había nada que temer, ya que su padre siempre descargaba la escopeta cuando volvía de caza.
La primera condenada fue Elena. La niña empezó a llorar cuando Jonás le vendó los ojos: tenía miedo de la escopeta, quería seguir jugando con la rama. Jonás se mostró inflexible, pero le dijo que estuviera tranquila, que sería Jaime quien dispararía.
Jaime no quería disparar contra su hermana, pero Jonás era muy fuerte. Todos los niños le tenían miedo. Le dijo a su hermana que se tirara al suelo cuando dijera «pum» y después apuntó con cuidado ante la atenta mirada de Jonás y el resto de niños.
Elena oyó un trueno y sintió que se le doblaban las rodillas. Ya no lloraba, pero notó el pañuelo empapado. Le pareció oír gritos mientras caía y pensó que era el enemigo, que celebraba.
Publicado en Gorogó. Homenaje a Ana María Matute.
3 comentarios:
Magnífico
Horrorosamente magnífico.
Me queda la duda si Jonás sabía lo que hacía. Qué fuerte. Como texto mantiene la tensión que va en aumento hasta el final donde te quedas que parece estar viendo una noticia en telediario. Muy bueno.
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