viernes, 13 de noviembre de 2015

Los plagiarios

Los plagiarios son gente rara. Un escritor quiere contar algo y lo hace lo mejor que puede. El plagiario, en cambio, quiere firmar obras ajenas, lo que en principio no parece muy razonable (imaginemos alguien que entrara en los museos con la idea de firmar con su nombre los cuadros). ¿Qué busca un plagiario? Ponerse un disfraz de escritor sin el trabajo que conlleva escribir. ¿No es raro buscar el aplauso por méritos ajenos? Como decir que eres tú quien se folló a esa rubia despampanante cuando en realidad fue tu amigo quien lo consiguió. ¿Están locos los plagiarios o simplemente son idiotas? Hay un tipo que me plagia a menudo y que se las da de escritor en las redes sociales. Es ridículo y plantea preguntas. Si quiere escribir, ¿por qué no lo intenta? ¿No sentiría mayor placer plasmando sus propias ideas? ¿Dónde está el reto en plagiar? ¿Dónde el mérito? Pero ¿le gusta realmente la literatura a alguien que plagia? Yo creo que no, puesto que no la respeta nada. Escribir es un noble oficio y merece ser honrado como tal, cosa que un plagiario jamás entenderá.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Ay, Maese Noguera. No parece Usted entender el problema. El plagiario plagia porque no tiene talento. Quienes no estamos tocados por ese don divino (que ha de aderezarse con duro trabajo de la mollera, todo hay que dejarlo claro, aunque también es cierto que no se le pueden pedir peras al olmo, y que si natura non dat, Salmantica non prestat, etcétera), los no talentosos, decía, tenemos varias opciones. Una de ellas es disfrutar de lo estético que hacen los otros, maravillarse de la maravilla que supone la ruptura de la entropía general de este mundo de heces (por decirlo finamente), mediante la cual el desorden del copón se convierte en un texto afortunado o en un cuadro genial...

Y otra (aún entre varias más) es sentir envidia coshina, notar que uno no es capaz de hacer una cosa así, y en vez de aplaudir al prestidigitador, o bien minusvalorarlo (ese tío -o esa tía- no PUEDE ser mejor que yo) o bien directamente copiarlo, convenciéndose uno de que la idea era de uno mismo y así sentirse muy bien, que sale más barato que ir al psiquiatra a tratarse la mitomanía con pastillitas verdes tachonadas de lunares rojos (los farmacéuticos no tienen por qué conocer el arcano misterio de la armoniosa combinación de las tonalidades cromáticas).

Hay quienes no entienden esa postura, y el no entenderlo, curiosamente, es un síntoma de equilibrio mental. No trate de ponerse Usted en el lugar de esa peña: es imposible. Y mire, le voy a plantar una cita, que es el inicio de un libro estupendo con cuya lectura Usted disrutaría telita...

"Ausias Susmozas, empresario de éxito notorio, requirió la extremaunción después del último telediario. No fue sencillo encontrar a quien oficiara, porque ya eran las tantas. Finalmente, un sacerdote del colegio Gaztelueta se ofreció a la administración de los óleos y tomó confesión al moribundo. Empezó el cura, para despertar a Ausias de la modorra.
—Ave María Purísima.
—Hola.
—Dime tus pecados.
—Te voy a decir los que no he cometido, que si no no acabamos nunca.
—Vale.
—Los he cometido todos. Menos uno.
—Cuál.
—El sexto de los capitales.
El sacerdote no recordaba muy bien de qué iba ese. Reunió valor, venció vergüenza, apeló a su conciencia al bien morir del enfermo y preguntó.
—Cuál era el sexto, que a veces los confundo.
—La envidia. La he provocado toda. Pero nunca he sentido ninguna".
(Santiago Lorenzo: Los huerfanitos).

(¿A qué plagiar, cuando existe la cita, con la que uno queda, además, la mar de bien porque demuestra que es un persona más o menos leída?).