Sentaron al niño y le explicaron que ya no se querían. ¿Y qué pasa conmigo?, preguntó el niño. ¿Qué quieres?, dijeron sus padres con cariño. Quiero estabilidad, que todo siga igual, ¿no entendéis que el mundo ya es un lugar aterrador por sí mismo? Sois mis padres, tenéis una responsabilidad conmigo, que estoy todavía por formar, soy la parte más débil aquí, ¿por qué me tengo que sacrificar yo, no tendrían que prevalecer mis derechos? Pero no dijo nada de esto, claro, todavía faltaban bastantes años para que alcanzara ese grado de elocuencia y para entonces ya sería muy tarde para dar marcha atrás.
3 comentarios:
Yo recuerdo un par de ocasiones de mi infancia en que me hubiera gustado ser mucho más elocuente para poder haber dicho un par de cosas... pero eso siempre llega tarde, incluso cuando ya somos mayores.
Pues sí.
(Me había asustado un poco el cuidadísimo alegato del crío, reconozcámoslo).
Muy bueno. Es exactamente así que ocurre.
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