lunes, 15 de diciembre de 2014

Mi vida literaria

Tenía yo dieciséis años. Iba con mi padre en coche por las calles de Málaga cuando me hizo esa pregunta que suelen hacer los padres a sus hijos: «¿Tú qué quieres ser de mayor?». Como me había preguntado por el querer, fui sincero e inocente: «me gustaría ser escritor». Atónito, se echó a reír: «¿Tú, escritor?». Como si le hubiera dicho que quería ser astronauta. «Los escritores también son hijos de alguien», repliqué (sin añadir que igual que los astronautas). Él meneó la cabeza con una sonrisa de incredulidad.
Después, con veinte años, me dijo que me suicidara. Pensé: «bien, tener un padre así me acerca a Kafka. Ya sólo me falta hacerme ludópata como Dostoievski y alcohólico como Dylan Thomas».
Pero yo siempre he escrito cosas raras que no interesan a casi nadie. La literatura como mujer esquiva. Mujeres y literatura. Con las mujeres siempre tuve más literatura que otra cosa. Recuerdo que el gran desamor de mi vida me pidió, cuando todavía nos estábamos conociendo, no ser sólo un personaje de mi blog y al final fue básicamente eso. Amé tanto y perdí siempre. Como la literatura, se marchaban con otros, otros con menos mundo interior (en mundo exterior me ganaban de largo) y menos traumas interesantes que contar. Y eso que siempre fui un caballero con ellas (un caballero como el Quijote).
En fin, veinte años después de aquella conversación paternofilial, y con estos pelos de loco, sigo llamando a la gran puerta de la literatura (imaginad una puerta enorme y una pulga golpeándola de forma imperceptible para los sentidos humanos). No contesta nadie, pero se oye a las musas reír y cantar al otro lado. Habrá que probar otros veinte años más, que seguro que merece la pena.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Es lo que tiene mirar antes el facebook que esto, que uno comenta allí y luego no cometna aquí. Y lo de allí se pierde como lágrimas en la lluvia, que dijo el rubio aquel.