martes, 21 de octubre de 2014

El viejo Doinel

Antoine Doinel, después de tantos años, sigue yendo a todos los sitios corriendo, aunque el doctor se lo ha desaconsejado con énfasis: ya no tiene edad, sus rodillas sufren (no está tan delgado como antaño), podría tropezar y romperse la cadera. Pero es difícil desembarazarse de los viejos hábitos, el hombre es un animal de costumbres, incluso Antoine, que siempre ha sido de costumbres caóticas. Todavía sigue persiguiendo el amor y quizá por eso corre, tras el amor en fuga, piensa. Se acuerda de los viejos amores: de Colette y las Juventudes Musicales; de Christine, su mujer, la madre de su hijo Alphonse —Christine, la pobre Christine, que tanto le sufrió, recuerda que también corrió para su funeral y Alphonse le regañó por llegar tarde—; de Fabienne, la fantasía de la mujer madura; de Kyoko, la fantasía de la mujer exótica; de Sabine, la fantasía de la mujer puerto, donde uno arriba después de una larga travesía entre tormentas. Pero la vida se compone de etapas constantes, ni el amor ni la literatura son lugares donde detenerse: no hay más final que la muerte, sólo entonces la historia termina y la pantalla permanece en negro.

Publicado en el número 19 de Obituario.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Lo malo son las olas que, como dice Aute, parecen un paredón.