Nietzsche sonrió bajo el bigote: hoy era el gran día, hoy le iba a pedir matrimonio a Salomé. Imaginó un futuro lleno de sexo desenfrenado y voluntad de poder. Se vistió con su mejor traje y se peinó el bigote ante el espejo, lo que le llevó dos horas. Estaba irresistible, encantador. Era claramente la imagen del superhombre. Salió a la calle y se arrebujó en el bigote, puesto que hacía bastante frío. Pero un frío tonificante, pensó; además, los brazos de su amada ya se encargarían de calentarle.
—Hola, Salomé —dijo al llegar a la cafetería donde estaban citados.
—Hola, Nietzsche —contestó ella.
—Tomaré un café.
—Qué cosas tan románticas me dices —protestó ella.
—No era a ti, sino al camarero.
—Ah, ya decía yo. Pues qué poco original, entonces.
—Contigo me tomaría cafés todos los días de mi vida.
Salomé hizo una mueca de desagrado. A ella le gustaban los hombres audaces que no se pliegan a tomar café con nadie o que lo toman por la nariz, por sorprender.
—Vengo a pedirte que te cases conmigo.
—¿Así, sin haber comido algo?
—¿Cómo?
—Come si quieres, pero yo hablaba de mí. Tomaré un poco de pastel de manzana. Es bueno para el cutis.
Nietzsche esperó con nerviosismo a que Salomé terminara el pastel. Le temblaba el labio, pero el bigote lo ocultaba.
—Ya estoy saciada. ¿Qué decías?
—Que quiero que te cases conmigo.
—¿Y eso por qué?
—Pues... porque... porque te amo.
—¿Y eso te parece motivo suficiente?
—Quizá no suficiente, pero sí necesario.
—No te pongas filosófico conmigo. Además, estoy enamorada de Rée.
—Eso no es un apellido de verdad.
—Pues anda que Nietzsche...
—Oye, no he venido para que me insultes, sino para que me ames.
—Vaya una declaración de amor.
—Además, soy heterosexual.
—Tendría que casarme entonces con todos los hombres heterosexuales.
—Sería un acto ético de estar en el mundo.
—¿Qué?
—No, nada. Pero es que yo tengo mucho que ofrecerte, ¿sabes?
—¿Sí? Dime.
—Esto... soy el superhombre.
—¿Eso está bien pagado?
—Eh, no, no es una profesión.
—¿Entonces? Tengo que decir que como superhombre no pareces gran cosa. Además, con ese bigote... Nunca sabemos qué piensas bajo él.
—Puedo afeitarme.
—No, no puedes. Has levantado una barrera entre el mundo y tú y el bigote es sólo la manifestación física. Jamás podrás afeitarte el otro bigote.
—Pero...
—No, Nietzsche, nuestro amor es imposible y es mejor así, pues nos acerca a la tragedia, que siempre es más interesante como obra artística.
—Tú sí que eres imposible —repuso Nietzsche, abrumado por la frustración.
—Claro: es que soy una mujer —dijo ella con una sonrisa cautivadora.
Abatido, Nietzsche se marchó de allí sin pagar la cuenta (lo que hizo que Salomé lo encontrara atractivo durante unos instantes) y volvió a casa. Todos mis sueños rotos en una tarde, pensó Nietzsche antes de caer agotado sobre el bigote.
4 comentarios:
Qué buen ratito, leyendo.
Siempre es un buen ratito.
Me voy de vacancias, Maese Noguera. No sé si tendré acceso a la red en un par de semanas (desconectar es lo que tiene). Pero lo leo a la vuelta: no encuentro motivo para quitarme de este vicio.
Un abrazo.
-¿En virtud de qué conjunción de astros hemos venido usted y yo a encontrarnos?
Fueron las primeras palabras que le dijo Nietzsche a Salomé la primera vez que la vio, según lo narra ella, y no la dejaron precisamente indiferente.
... Aunque luego decidió probar a ver qué tal se le daba destruir a ese tío.
¡Páselo bien, Microalgo!
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