En el balneario suizo, Lev, poeta último (como suele decir él), calienta el samovar mientras escucha a Sasha, su amante.
—Ahora estoy aprendiendo matemáticas por espiritismo —dice ella.
—¿Cómo que por espiritismo?
—Me da clases el mismo Pitágoras. Mi espiritista tiene línea directa, es apasionante. ¿Sabías que los catetos se entienden con las hipotenusas?
—Hum. Creo que no lo has entendido bien.
—Que sí. Tendrías que probarlo, te iba a gustar. O la hipnosis.
—No creo que la hipnosis sea para mí.
—Claro que sí. Podrías escribir una novela por hipnosis. O estudiar una carrera.
—No creo que sea buena idea.
—Hazme caso. Yo viajo mucho por hipnosis, ¿sabes? Me encanta ver mundo.
—¿En serio?
—Sí, pero nunca me quieres acompañar. Ya nunca me llevas a ningún sitio, ni siquiera por hipnosis.
—Podríamos ir por telepatía, querida, que es la última moda —improvisa Lev.
—¿De verdad?
—En París está arrasando ahora mismo.
—Vaya. Pues mi espiritista no me ha dicho nada. Y eso que ayer mismo estuvimos en París.
—¿Por hipnosis?
—Sí.
—Sería eso, claro. Seguro que estuvisteis en un París demodé. Por telepatía se llega antes.
1 comentario:
Huya, Lem. Si no lo hace ahora será tarde.
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