Llamaron a la puerta. Era un policía, que quería detenerme. Por qué delito, pregunté yo. Por abrir la puerta sin licencia, me contestó. Era una nueva legislación, por lo visto, una para ordenar la vida diaria, que era caótica y sin sentido. Ahora se requerían permisos especiales para los quehaceres que habían sido cotidianos hasta ese momento. Un carnet para pasear sin rumbo, por ejemplo. Otro para silbar (después de un curso de tres años en el conservatorio). Yo no había solicitado una licencia para abrir la puerta de mi casa, así que me exponía a una buena multa.
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