Estamos paseando una noche gélida por una ciudad fantasma y voy respondiendo a todo lo que dice ella como si fuéramos los protagonistas de una historia que voy improvisando. Hablando en tercera persona, como si no fuéramos nosotros, sino otros, personajes que necesitan un relato en el que existir. Y así estamos un rato hasta que de pronto dice:
—¡Míchel, deja de narrar!
Y yo me callo, pues no se me ocurre mejor manera de terminar.
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