lunes, 16 de noviembre de 2009

La arqueología sentimental

—Brindo por una arqueología sentimental. Por las ruinas de lo nuestro.
—No te pongas tan dramático; sólo te ha dejado tu mujer, no es el fin.
—Sí lo es: esta mañana me han diagnosticado un cáncer. Me quedan un par de meses de vida.
—Vaya, no sé qué decir.
—Desapareceré y será como nunca haber existido. La vida dura lo que dura la vida, que es una tautología y una perogrullada, pero es que lo demás no importa. Dime, ¿de qué sirve la muerte? La muerte es no poder aprovechar el tiempo. No poder desnudar a una mujer hermosa, no poder tomar una copa en un bar con un amigo y despotricar un rato. Abajo la muerte. ¿Por qué no hace algo el gobierno? ¿Y la oposición? Te mueres en silencio y te quedas sin cartas que jugar. No más placeres ni disgustos. Y todo se olvidará. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: borrachos en la puerta del Tanhäusser, que es un local de moda. Bueno, vale, eso lo hemos visto todos. Pero seguro que no eran los mismos borrachos.
—Quizá haya una solución. Verás, conozco a un amigo del autor. Podría pedirle que intercediera por ti.
—¿Y que le dé el cáncer al amante de mi mujer?
—Igual es abusar un poco.
—Pero es un secundario que ni siquiera aparece en este relato. Sólo es una sombra molesta. Quizá ni existe. Tal vez ni siquiera es una invención del autor, sino de mi mujer. Una invención de una invención.
—Oye, que tu mujer también aparece sólo como una sombra molesta.
—Vale, me la he inventado. Como el cáncer. ¿Ya estás contento?
—Aunque seamos personajes sin libre albedrío, que sepas que te pones inaguantable cuando bebes.

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