domingo, 7 de junio de 2009

Vida y miserias del ya no tan joven escritor tercermundista

Voy a la entrega de premios del certamen de declaraciones de amor solo, lo que es elegante dentro de la desesperación habitual, pero un poco aburrido, es mejor hacerlo acompañado de una chica, que en general son más interesantes que los hombres, aunque seguramente digo esto porque soy heterosexual. Me siento en la última fila, que es una costumbre ya, y me encojo en el asiento cuando escucho a la señora del jurado referirse a mi relato diciendo que se nota el bagaje cultural del autor, que si las constantes citas literarias, blablablá. Vaya, si eso me lo criticaba Adriana, pienso yo, aunque no recuerdo que hubiera tantas citas en esta ocasión. Por un momento pienso en echarle un vistazo a mi carta, pero mejor no. Yo sólo me leo de vez en cuando, normalmente escribo y después lo olvido, que es siempre lo mejor.
Después de recoger el premio vuelvo a mi asiento y una señora que está sentada a mi lado me da la enhorabuena. Su hija, que ha quedado finalista, me dice que está dispuesta a quedarse con mi premio si por algún motivo no lo quiero. Yo sonrío y digo que no, gracias, que el dinero me viene muy bien. Es una chica guapa y escribe, qué bonito sería tirarle los tejos, pienso, pero la madre está presente y me mira con ojos abyectos de maternidad. Claro, está pensando que soy un melenudo y, encima, un melenudo que cita todo el rato, como Leopoldo María Panero, a ver si es que voy a estar loco o algo peor. Señora, no me juzgue usted mal, yo podría amar muy bien a su hija, piense que me han dado el segundo premio en un certamen de declaraciones de amor, eso tiene que significar algo, ¿no? Que soy un romántico impenitente, por supuesto. No haga caso a la parte esa de mi relato en la que hablo de sexo duro, eso era una licencia poética, yo en realidad prefiero hacer el amor a ritmo de vals que tocarían unos violinistas húngaros junto a la cama. Bueno, vale, no junto a la cama, no se ponga así, que sea en la calle, bajo la ventana. Yo una vez amé a una húngara, ¿sabe? La chica más bonita a ambos lados del Danubio. O algo así, que en realidad no era húngara, sólo le decían que lo parecía. La chica falsamente húngara que me rompió el corazón. Yo a ella quería romperle otra cosa... Eh, no, nada, murmuraba, sólo eso. ¿El qué? Citas literarias, supongo.

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