Virtudes sale de casa patinando sobre hielo, lo que sorprende a sus vecinos no sólo porque sea verano, sino porque lleva muerta nueve meses. Su marido, ante este extraño fenómeno, declara: «siempre ha sido un poco excéntrica; tiene familia francesa». Virtudes no responde a los requerimientos que le hacen los viandantes: sigue patinando sobre un hielo que nadie más ve mientras se descompone bajo el sol de agosto. La policía no sabe cómo actuar, puesto que las ordenanzas municipales sobre muertos patinadores son poco claras.
Pronto el fenómeno se extiende y empiezan a aparecer más zombis sobre hielo en la ciudad. Lo que tienen en común, advierte un famoso presentador de un programa de salud, es que todos murieron nueve meses antes. La teoría que cobra más fuerza, por romántica y sencilla, es que los muertos han estado en un útero subterráneo, que la madre tierra los ha acogido en su seno durante un embarazo postmortem tras el cual los muertos han nacido de nuevo a la vida como patinadores incansables en el invierno de nuestro descontento, como dice un anciano que ha leído a Shakespeare y que ya se imagina patinando.
La Iglesia se muestra encantada ante todo esto, aunque esperaba que la resurrección de la carne fuera otra cosa. Los teólogos empiezan a buscar en los evangelios apócrifos referencias al patinaje entre Jesús y sus discípulos. Los obispos, mientras tanto, denuncian que la incineración es un método abortivo.
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