Un hombre anónimo observa a una mujer también anónima. Están en una calle cualquiera de la ciudad. La mujer anda a buen ritmo, el hombre la observa desde su ventana, en un tercer piso. Cómo se llamará, se pregunta él. Seguro que tiene nombre, añade, y enseguida se da cuenta de lo estúpido que es el comentario. Qué tortura mirarla y no tenerla, se dice después, aunque sabe que está exagerando. Pero sólo un poco.
La mujer levanta la vista y se pregunta si ese hombre tan triste estará pensando en saltar por la ventana.
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