Como de costumbre, Jack Zen tenía que resolver un extraño caso. Habían asesinado en su despacho al profesor Walter Kleinermann, eminente doctor de Patafísica Cuántica. El cadáver estaba disecado, lo que podría achacarse a su avanzada edad, pero la secretaria del profesor Kleinermann aseguró con vehemencia que en vida éste había presentado mucho mejor aspecto. Así, alguien había acabado con la vida del profesor y luego se había dedicado a disecar el cadáver. Con qué fin, se preguntaba Jack Zen mientras examinaba el cuerpo. El muerto no era de mucha ayuda: estaba sentado frente al escritorio sin moverse ni decir nada. Ya podía haber garabateado el nombre de su asesino en el último momento, como en las novelas malas, se dijo.
El inspector Papadopoulos entró en ese momento abrigado con un voluminoso bigote.
—Zen, cuénteme lo que ha averiguado —dijo.
—Es el trabajo de un profesional, sin duda. He consultado con el forense y dice que nunca había visto un trabajo tan bueno.
—Bien, detengamos a los taxidermistas de la ciudad.
—Quizá sería excederse.
—Somos la policía, es nuestro trabajo. Pero puede que tenga usted razón, mejor actuar con mesura por ahora. ¿Ha encontrado alguna otra pista?
—Dice la secretaria que falta un libro: El diablo es cinturón negro de kárate.
—¿Y qué significa eso?
—Pues... que al asesino le interesa el satanismo o las artes marciales, supongo.
—Un taxidermista satánico y karateca, lo que nos faltaba.
—Bueno, sólo son suposiciones. En realidad, me ha dicho la secretaria del profesor Kleinermann, la señorita Benjamenta, que el libro es un ensayo del ahora difunto.
—¿Y de qué habla el ensayo? —preguntó el inspector.
—Según he entendido, dice que el universo es un tatami existencial en el que batallan dos fuerzas contrarias que intentan imponerse sobre la otra, pese a la inutilidad del esfuerzo, pues estamos hablando de una fuerza imparable que se encuentra con un objeto inamovible. O algo así.
—Francamente, Zen, no entiendo nada.
—También afirma que no siempre la existencia precede a la esencia, que hay excepciones.
—¿Cómo cuáles?
—Los judíos.
—¿Era antisemita el profesor Kleinermann?
—Bueno, era alemán.
—Para mí eso es suficiente. Si no estuviera muerto, lo detendría ahora mismo. De hecho, estoy dispuesto a dictaminar que se ha asesinado él solo.
—Me parece bastante improbable que se disecara después de muerto.
—Usted no conoce a los nazis, Zen, son capaces de todo.
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