—Oye, estás demasiado delgada.
—¿Yo? Qué va, estoy en mi peso ideal.
—Sí, pesas lo mismo que una idea, que es algo etéreo. ¿Pero tú te has visto?
—Estoy hecha una modelo.
—Modelo de campos de exterminio. Mira ese costillar; podría tocar No surprises ahí.
—Exageras. Si estuviera gorda, también te estarías quejando; los hombres nunca estáis contentos. Me llamarías entonces zepelín o algo así.
—Eres una radical, ¿por qué te vas al otro extremo? ¿Qué ha sido del término medio? El consenso. Hay más opciones aparte de foca y muerta viviente, ¿sabes?
—Pues tú eres bajito y yo no te digo nada.
—Intento ponerle remedio, pero la gente se da cuenta de que estoy de puntillas. No es culpa mía.
—Lo mismo te digo: no es culpa mía, es de mi metabolismo. Yo intento que se ponga de puntillas, pero...
—Mentira. Cuando te conocí estabas muy buena.
—Sigo estándolo.
—Sí, pues ahora te miro y pienso en Bono y Bob Geldof dando conciertos para acabar con el hambre en el mundo. Y no es muy erótico, no.
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