martes, 9 de diciembre de 2008

Cantan las gaviotas mi muerte y otros sueños de grandeza

Dicen que he cavado mi propia tumba, pero qué sabrán ellos. Yo, pueden ustedes creerlo, no estoy muerto, aunque es verdad que a veces lo parezco. Una vez, sin embargo, me encontré a la muerte en un bar. Era morena, de rasgos delicados. Estaba sola. ¿Esperas a alguien?, le pregunté. Puede que a ti, me contestó con una bella sonrisa. Le dije que tenía los ojos de Constance Dowling y me respondió que se lo decían a menudo. ¿No me invitas a una copa?, me preguntó. Claro, ¿qué quieres?, dije. Lo mismo que tú, contestó. Bien, yo quería sexo, así que me lo tomé como una propuesta indecente. Me acerqué a la barra y me di cuenta de que el camarero estaba muerto, aunque él no lo sabía. Boqueaba como un pez globo en busca de un oxígeno que ya no podía respirar y me miraba sin entender nada. Hice lo que habría hecho cualquiera: pedí dos cervezas.

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