Yo quería ser un enfant terrible, pero una mañana, frente al espejo, me di cuenta de que había envejecido prematuramente. Nadie iba a tomarme en serio ya, todos mis actos de terrorismo social estaban condenados a pasar desapercibidos, pues tenía más aspecto de viejo cascarrabias que no sabe cómo llamar la atención que de joven promesa de la literatura que escandaliza a propios y extraños.
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