domingo, 26 de agosto de 2007

Saudades

A Lisboa fueron a morir, pues Oporto no existe, dos amigos poetas que, agotados de la vida, convinieron en despedirse juntos. Uno defendía, como Gabriel Celaya, que la poesía era un arma cargada de futuro; el segundo decía que sí, pero que de fogueo. Pasaban las noches bebiendo e intercambiando versos en alguna taberna acogedora. Uno de ellos decía, por ejemplo, "a golpes de cadera hice que soñara" y el otro respondía algo como "a golpes de cadera nos salvamos aquella noche". Cuando se iban a dormir, ya amaneciendo, estaban muy cansados para suicidarse y decidían que, realmente, no había tanta prisa.

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