La vida estaba en sus ojos, escribía yo en aquellos días, aunque sospechaba que todo se desmoronaba mientras trataba de ofrecer una imagen de serenidad. Realmente, era un ejercicio de fe. Sí, yo quería desmentir a Pavese y decir algo como: vendrá la vida y tendrá tus ojos. Pero ella no estaba por la labor, prefería la atención esporádica de otro y que todas nuestras promesas de amor fueran papel mojado. Todos nuestros acuerdos secretos, firmados con besos nocturnos, entre las sábanas, quedaban invalidados.
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