(Publicado originalmente en El Otro Diario)
No lo entiendo, no entiendo ese interés que tienen algunos en evitar que sus vecinos, homosexuales, hagan con su vida lo que quieran. Pero, claro, ¿cómo pretenden casarse sin contar con su beneplácito, cómo se puede ser tan desconsiderado? Es una vergüenza, es una vergüenza atroz que hagan algo que sólo les atañe a ellos y a nadie más. ¿Cómo se atreven a intentar vivir como quieren? ¿A dónde vamos a llegar?
No entiendo que la Iglesia contradiga a su propio dios y que decida que a la Iglesia lo que es del César y a la Iglesia lo que es de la Iglesia, aunque también tengo que reconocer que nadie sabe tanto de homosexualidad como la Iglesia Católica. No entiendo dónde está la afrenta en que dos hombres o dos mujeres decidan formalizar su amor firmando ese contrato llamado matrimonio. No entiendo dónde está la traición a España que denuncia Ana Botella, la misma que considera más patriótico obedecer al Papa, un Jefe de Estado extranjero.
No entiendo qué tiene de malo que la unión entre personas del mismo sexo se llame matrimonio. Que se llame unión civil, dicen, que el matrimonio históricamente siempre ha sido la unión de un hombre y una mujer. Pues entonces que el voto de las mujeres reciba otro nombre, que el voto ha sido siempre históricamente una cosa de hombres. Y que el divorcio para las parejas del mismo sexo se llame “ruptura civil”, por si acaso. Pongamos los puntos sobre las íes, no nos paremos aquí, busquemos más términos para separar.
No entiendo esa objeción de conciencia a la carta que defiende ahora el PP. Yo quiero alegar objeción de conciencia para no pagar impuestos, señores. O para incumplir las normas de tráfico. La ley es para maricones, hombre, qué afrenta tener que cumplirla. Que vuelva Aznar, que el PP ha perdido el rumbo y ahora es anarquista.
Admito que no entiendo nada. Será que soy rojo, progre, traidor, radical, terrorista y maricón.
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