(Publicado originalmente en El Otro Diario)
Siempre se me han dado mal las relaciones humanas, desde pequeñito, y todo por culpa del sexo. Ya en el colegio me costaba relacionarme con otros niños, ya que a veces no sabía si yo era real o si lo eran ellos o si lo único real eran nuestros padres, y todo lo demás -niños, escuelas, maestros- no era más que una gran alucinación colectiva, lo que explicaría un montón de cosas. Lo único que me parecía auténtico entonces, y ahora, era el sexo, o las pulsiones sexuales, por expresarme de forma más académica. Recuerdo que cierta vez, cuando tenía 6 ó 7 años, me dediqué a tirar con pasión una y otra vez mi lápiz al suelo para poder mirarle con fruición las bragas a la chica que se sentaba frente a mí. Penosamente para mí, al finalizar la clase la profesora me exigió que le entregara el ejercicio que teníamos que haber realizado durante la hora de clase, hora que había dedicado a estudiar compulsivamente la ropa interior de una compañera, pero no podía confesarlo frente a los niños y niñas que me miraban avergonzados de mi nula capacidad trabajadora. Fue la primera de tantas veces que mi obsesión me llevó al fracaso.
Con mi primera novia descubrí lo difícil que es que suene razonable y natural la petición “vístete de colegiala y hazme una felación”. Muchas veces, después de hacer el amor, me daba por hablar del nacionalismo vasco, ante su estupor primero e indignación después. Por alguna extraña razón, no le gustaba que hacer el amor con ella me recordase a Otegi e Ibarretxe.
Hace unos días, con mi inconsciencia natural, acabé contándole con entusiasmo a una chica, novia de un amigo, cómo descubrí la masturbación con las revistas guarras que le robaba a mi padre (hablar de mi padre nos llevaría demasiado tiempo, tan sólo mencionaré que es un agradable señor jubilado que dedica su tiempo a coleccionar películas porno con un entusiasmo digno de admiración). La chica me miraba como si fuera un pervertido. Para salir del paso, conduje la conversación hacia el tema de los ligres y tigones, aberraciones de la naturaleza que, bien pensado, también están algo relacionados con el sexo, ya que son híbridos producto de uniones antinaturales ante Dios, para los no expertos.
En fin, que lo único que se me da bien es la masturbación, aunque siga siendo un vicio oscuro que debemos ocultar. Y si no me creen, prueben a mencionarla como afición en sus currículum a la hora de buscar trabajo.
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