viernes, 27 de julio de 2012
La decadencia de Occidente
Marcos, joven escritor, lleva todas las semanas un texto a la oficina de Correos. «Buenos días, quiero mandar esto a un concurso de literatura», dice. Virtudes, la amable funcionaria, sonríe en silencio. Lleva meses enamorada del talentoso autor. Bueno, lo de talentoso lo ha decidido ella: ese aire trágico y despistado, esa ingente producción literaria... Como un héroe romántico, piensa. Por desgracia, la verborrea escrita que se le presume (con esa cantidad de paquetes que manda) no se traslada al mundo de la oralidad, pues jamás le dice nada. Ella se maquilla y se perfuma para él, pero Marcos no le dice nada de verse después. Sus breves encuentros ya no son suficientes para ella, que quiere conocerle fuera de la oficina de Correos. «Mi contrato acaba en unos días», le dice una mañana a Marcos con la esperanza de que actúe por fin ante la amenaza cierta de dejar de verse. «Ya, con la crisis...», contesta él. Ella suspira, frustrada, pero no puede echarle nada en cara, ya que su despiste fue lo primero que le gustó de él.
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1 comentario:
Él era escritor, su mundo estaba creado para una sola persona.
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