—Don Camilo, su mujer.
—¿Qué quiere?
—Dice que el divorcio.
—No puede ser, deme el teléfono. Carmen, que me dicen que quieres el divorcio.
—Y así es.
—Será una broma.
—Sí, a ti siempre te ha costado tomarme en serio.
—No empieces con los reproches, Carmen. ¿No podemos hablarlo?
—No hay nada que hablar, ya no te quiero.
—¿Así, de repente?
—Así, de repente.
—Carmen, puedo cambiar.
—Por mí como si te haces tirabuzones.
—Eres cruel de manera gratuita.
—Pues no te acostumbres, que es lo único que te va a salir gratis; ya hablará contigo mi abogado.
—Carmen, yo…
—Adiós.
—¿Qué, jefe? ¿Se ha solucionado?
—Se va a divorciar de mí. Tiene un abogado.
—Qué putada. Yo siempre he pensado que mejor viudo que divorciado.
—¿Está sugiriendo que mate a mi mujer?
—No, hombre, no sea bruto, era una forma de hablar. Otra cosa es que su mujer tuviera un accidente, pero lo malo de los accidentes es que no se pueden prever, por eso son accidentales, claro.
—Ya.
—Si fueran esenciales ya sería otra cosa. Pero la vida sería entonces invivible. O quizás no, que entenderíamos la vida como una sucesión de catástrofes y estaríamos acostumbrados. La normalidad es una mera cuestión de costumbre.
—Eso me pasa a mí, que estoy acostumbrado a una vida con Carmen.
—Bueno, la normalidad está sobrevalorada. Aquí donde me ve, yo no soy normal.
—¿No?
—No, soy de Nebulón 7.
—¿Cómo ha dicho?
—Que no soy un simple oficinista, soy un oficinista intergaláctico. Si yo he podido acostumbrarme a la vida en la Tierra, usted podrá acostumbrarse a una vida sin Carmen. Aunque le garantizo que a Carmen la va a tener presente todos los meses en forma de pensión económica.
—Lorenzo, ¿ha bebido?
—Claro que no, don Camilo. Nunca en horas de trabajo. ¿Por qué lo dice?
—Porque eso que me está contando es una locura.
—Bueno, ya sé que no es fácil de creer, pero es que le falta perspectiva. Usted no ha nacido en Nebulón 7.
—Por suerte.
—Ya veo, está usted lleno de prejuicios. ¿Qué tiene en contra de mi pueblo?
—¿A qué pueblo se refiere? ¿A los dementes?
—Me sigue usted insultando a pesar de que le estoy apoyando en este duro trance. Porque no me negará que con toda esta charla ha dejado de pensar en su mujer.
—Claro, ahora me preocupa usted.
—Mejor eso que estar deprimido, ¿no?
—No sé, supongo.
—Pues ya está. ¿Quiere que le cuente cómo son los divorcios en mi planeta?
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