Me mira
ma petite putain, deliciosamente bella, con su aire de perdición, y pienso, algo tontamente, que todas las musas tienen los ojos verdes. Me dedica su sonrisa más tentadora y susurra con voz angelical: "así que te encanta metérsela a una niñita de diecinueve, ¿no?". Yo me estremezco de deseo y admito los cargos que se me imputan cogiéndola del brazo y llevándola a la cama, donde olvido mi vida pasada y futura.
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