Sucedió que murió el Centenario una mañana en la que cantaban las avutardas (qué iban a cantar) y se reunió el pueblo entero en el Ayuntamiento para decidir qué hacer.
—El fallecimiento del Centenario es una tragedia inesperada que nos afecta a todos —dijo el alcalde—. ¿Qué podemos hacer para remediarlo?
—Podríamos disecarlo y dejarlo en la plaza, frente a la iglesia —propuso el boticario—. Al fin y al cabo, siempre fue un tipo callado.
—No seas bruto —dijo el cura—. Eso no es humano ni cristiano.
—Y los turistas se darían cuenta —añadió el herrero—. Son poco espabilados, pero no tanto.
—Es verdad, es verdad. Pensemos ante todo en el turismo —dijo el de los burros—. ¿Qué vamos a hacer ahora sin el Centenario?
—¿Cuántos años llevaba siendo Centenario? —preguntó el boticario.
—Unos quince —contestó el alcalde.
—Ya ha vivido, ya. El Señor le concedió una vida larga —apostilló el cura.
—Era el más viejo de la comarca —confirmó el de los burros.
—Se me ocurre que podríamos nombrar un sustituto —dijo el boticario—. ¿Quién es el más viejo del pueblo ahora?
—Yo —dijo Abundio—. Pero sólo tengo setenta, estoy muy lejos de ser centenario.
—Pues ahora eres el nuevo Centenario —anunció el alcalde—. A partir de este momento, tienes treinta más. Pero estarás en el cargo sólo catorce años, para honrar al Centenario original.
—¿Y morirme entonces? ¿Y si estoy bien de salud? Yo no quiero morir antes de tiempo.
—Piensa en el pueblo, Centenario, piensa en el pueblo —rogaron al unísono.
1 comentario:
A colación de esto, le mando un relatito (por correo inten-no).
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