domingo, 28 de junio de 2009

Tanatología

—Oye, cariño, acabo de cruzarme con la Muerte en el pasillo.
—Ya empiezas con tus tonterías.
—Te lo digo en serio.
—¿Y qué hacía la Muerte?
—Miraba la pared, como si estuviera castigada. Tenía una cara muy seria.
—Es que la muerte no es cosa de risa.
—No me crees, muy bonito. ¿Quieres que te traiga la Muerte a la cocina? A ver si así te convences.
—Vale, pero ningún Jinete del Apocalipsis más, que es muy temprano.
Sale el hombre. Al rato vuelve acompañado de la Muerte. La mujer palidece.
—¿Qué? ¿Te lo crees ahora? ¿Estaba o no la Muerte en el pasillo?
—¿Pero qué hace aquí? ¿Es que vamos a morir?
—Me he perdido —dice la Muerte.
—¿Cómo que se ha perdido? —pregunta la mujer.
—Tenía una cita hoy. Un aneurisma. Pero he olvidado dónde era.
—Ahora que lo dice, a mí me duele un poco la cabeza —interviene el hombre.
—Lo dice usted sólo para reconfortarme. Pero gracias.
—Hay que ayudarse entre vecinos —responde el hombre.
La mujer le da una aspirina a su marido. La Muerte sigue lamentándose mientras tamborilea con los huesudos dedos en el mantel.
—Es la primera vez que me pasa esto. Yo, que siempre he sido implacable.
—Bueno, bueno, no se martirice usted tanto —dice el hombre—. Además, no será tan grave; es sólo una muerte menos.
—Crea un peligroso precedente. Ahora mismo hay alguien por ahí viviendo un tiempo que no le corresponde, ¿no lo entiende?
—Seguro que nadie se da cuenta —dice la mujer.
—Pero me doy cuenta yo. Es una mancha en mi expediente. Millones y millones de muertes sin fallo... y ahora este error imperdonable. ¿Qué Muerte es una que no mata?
—¿Y no podría sustituir a la víctima por otra? —dice el hombre—. Creo que a mi jefe le vendría muy bien un aneurisma.
—Sería una solución, pero no se tapa un error con otro. Yo no hago las cosas así, al menos.
—Sólo era una sugerencia.
—Creo que lo mejor es que me vaya a casa a reflexionar. Quizá tenga apuntado en algún sitio dónde tenía que ir hoy y a quién tenía que matar.
—Es una excelente idea —dice la mujer—. En casa, con tranquilidad, verá las cosas de otro modo. Puede que sólo se haya retrasado esa muerte unas horas.
—Tiene usted razón. Me marcho, gracias por todo.
—Vuelva usted pronto —dice el hombre.
La mujer palidece aún más.

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