—Te llamo para decirte que te sigo queriendo, que no puedo vivir sin ti.
—Vivías sin mí antes de conocerme.
—Ya, pero ahora no puedo, es como estar infectado de un virus mortal.
—¿Me estás llamando virus?
—No, tú serías el suero que me permite vivir, la medicación. La enfermedad sería la vida sin ti después de conocerte.
—No sé si me convence eso.
—Piensa en la buena pareja que hacíamos, en cómo nos íbamos a comer el mundo juntos. ¿Es demasiado tarde?
—No, sólo son las nueve.
—¿Ves? Necesito ese sarcasmo a mi lado susurrándome cosas. No quiero seguir jugando a ser Rimbaud, ya no tengo edad. Quiero una vida aburrida, pero a tu lado.
—Vaya una declaración de amor, guapo.
—No lo entiendes, te estoy diciendo que ya no quiero soñar con otras, que quiero aburrirme contigo.
—Lo estás arreglando.
—Lo que estoy tratando de decirte es que por fin he comprendido que la vida tiende al aburrimiento y que las fantasías no conducen a nada. Estoy cansado de inventarme una vida que no existe. Y sé que no quiero aburrirme con otra, sino contigo.
—Creo que algo así decían en Alta fidelidad.
—Puede. Yo sólo recuerdo algo de lencería fea y lencería que en la fantasía es excitante, pero a mí siempre me ha gustado tu ropa interior.
—Es lo mejor que tengo: mi lencería.
—Tu sonrisa hace juego con ella.
—Qué tonto estás, eso tiene que ser amor.
—Por supuesto. Bueno, ¿qué me dices? Carpe canem.
—¿Coge al perro?
—Sí. Coge al perro, que se escapa.
—Vaya, sabes lo que una mujer quiere escuchar. En fin, sí, supongo que podemos intentarlo otra vez. Yo ahora mismo no tengo nada mejor que hacer.
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