—¿Ya estabas otra vez espiando a la niñera?
—Marta, te repito que esas tetas no son normales.
—Me da lo mismo, quiero que dejes de hacerlo o tú y yo vamos a tener problemas.
—Pero si es ella, que me provoca.
—No te provoca, lo que pasa es que eres un pervertido.
—Es que está por toda la casa con sus tetas.
—¿Y qué quieres, que las deje en el armario?
—No estaría mal, así podría examinarlas detenidamente cuando saliera a dar una vuelta.
—Eres asqueroso. Si ya me lo decía mi madre, no sé por qué no le hice caso.
—No seas injusta, Marta. Aquí no estamos hablando de unas tetas corrientes, no puedes acusarme de viejo verde. Lo que tenemos aquí, y perdona mi franqueza, es el paradigma de las tetas perfectas. Pechos que desafían toda lógica y que ponen en duda la ley de la gravedad. Tetas como zepelines orgullosos que surcan los cielos de nuestras vidas.
—La verdad es que a mí también me llaman la atención. Es muy joven para haberse operado, ¿no? ¿Tú crees que unas tetas así pueden ser naturales?
—Pueden y deben. En cualquier caso, ya he quitado el pestillo del cuarto de baño. Podemos entrar cuando se esté duchando.
—Bueno, pero sólo esta vez. Por curiosidad sana.
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