Mark introdujo con deleite su pene en mi vagina. «Oh, sí, me gusta», dije de la manera más sexy que me permitía mi programación. Su pene estaba duro, erecto y rígido. Era como una barra de hierro, pero de carne y con menos óxido. Se agitaba entre mis piernas como una coctelera. Me entró sed. Lo agarré del culo fuertemente con ambas manos, con las dos, y lo lancé hacia mí como habría hecho un lanzador de jabalina en las olimpiadas de Barcelona, donde España consiguió récord de medallas. Mark empezó a canturrear «Paquito el chocolatero» con aire ausente. Eso hizo que me corriera de placer, principalmente porque correrme de hambre o cansancio habría sido raro.
¡Qué reparador sería correrse de hambre o cansancio!
ResponderEliminarExtraña mezcla de conceptos, pero me gusta. Saludos.
ResponderEliminarUn tanto
ResponderEliminar