Escuchando una conversación que entra por la ventana. Son dos hombres. Discuten. Uno de ellos está indignado. Por qué se espera eso de mí, exclama. El otro intenta apaciguarlo: no te sulfures, Manolo. No hay intimidad, pienso. Y me acuerdo de una vez con Susana, que me dijo de pronto: «¿Lo oyes? Alguien está follando». Guardamos entonces silencio y al cabo de unos segundos oí los gemidos que venían de una habitación cercana. Era la primera vez que escuchaba a otra pareja haciendo el amor y no me pareció raro ni una intromisión en la intimidad. Gemidos anónimos. Podría ser cualquiera. O nadie. Podría ser todo una imaginación. Es todo tan natural.
Pues a mí me alegra el día, ese sonido. Me da por pensar que no todo está perdido, que para alguien queda, al menos, ese refugio.
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